Carlos de Santander (1) tiempo de celo(s)

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La promoción de Bruguera hacia Carlos de Santander era la del maduro galán que ha vivido y recorrido intensamente los entresijos de la vida con espíritu educado y deportivo. Gran viajero, sí, si damos crédito a su breve biografía de contraportada. Por eso podía contarles a las señoras cómo era la vida de la mujer en el extranjero, de la mujer que había accedido al mundo laboral, eso sí, hasta su casamiento. Porque tras el matrimonio, ese feliz tálamo que la colmaría en madre y esposa, le esperaba el bendito hogar. Solía contarnos sus historias ubicándolas en los USA. Moteándolas de anglicismos, que hacían más chic su relato, pregonando maravillas por venir.

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Son las novelas de Santander de ejemplificación moral. Una puesta de argumentos para que la joven, que asomaba a la adulta vida, no olvidara que también andaba Dios por esas oficinas, fábricas y hospitales, donde las tentaciones de disipación aumentaban, y sólo un recto proceder cristiano era garantía de salvaguarda de oprobio y pecado. Es Carlos de Santander novelista que adorna la descripción con toques de romanticismo de mantenedor, diálogo literario y pinceladas poéticas un tanto cursis. Sus mujeres malvadas, hombres disipados y títeres de dama son de lo mejor de su producción.

Su exposición no es otra que la de una moral cristiana preconciliar. Ese proceso de dominación hacia la mujer que la altariza hasta el delirio o la sumerge en el espeso fango del pecado. El esquema es simple: La joven, la adolescente a punto de convertirse en mujer, aún bravía, debe de interiorizar pautas inexorables si pretende transitar por el matrimonio, esencia y fin de su humana naturaleza. Para ello está el novio, el esposo, sus padres, que la desbravarán, incluso, con demasiada frecuencia en sus novelas, con el empleo de la fuerza intimidatoria y física para, así, vencer su tozudez y fantasías adolescentes…para alienarla. Pues, se da por supuesto que toda mujer siempre tiene algo de irreflexiva niñez y querencia vana. Siendo desconocedora de la procelosa mente varonil, a veces taimada, mas siempre reflexiva y de largo alcance. Constante novelística que deviene en la crónica de sometimientos femeninos, que tendrán que interiorizar, desear y asumir como garantía de perfección cristiana.

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En sus novelas son muy valorados los celos en el macho, pues así lo exige la hombría. Incluso ella siente orgullo de este inequívoco signo de posesión transformándolo en signo de amor. La famosa intuición femenina, esa especie de insulto vejatorio, es muy utilizada para resolver, y entonces es el tiempo de lo femenino, es cuando ella reina, esas minucias que al hombre se le pasan por alto. Ya que el hombre no deja de ser un poco bruto e incapaz de sutileza. Así, leeremos en sus novelas lo que el hombre espera que sea la mujer, y sus lectoras lo que se espera de ellas y, también, de esa extraña metamorfosis que debe, cual mariposa, experimentar la joven para florecer mujer: la total castración de sus pasiones.

Hoy leemos sus relatos con cierta distancia, sintiendo pudor de la constante moral que las adorna. Y constatamos, una vez más, que la cultura varonil es ya charca putrefacta, hedor de cueva y espasmo sin sentido. Y nos entristecemos al verificar cómo cambian las costumbres, y de cómo los tiempos simulan avanzar para, al fin y al cabo, permanecer quietos. Sólo su decorado es ya otro, las palabras dichas y la indumentaria de sus actores. Mas los códigos que hilvanan los pensamientos, que parecen nuevos, los mismos son.

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1967 promoción Bruguera / 1952 con portada de Emilio Freixas / 1954 / 1957 cubierta de Vicente Roso / 1961 ilustración de J. Pifarré / 1961 / 1961 / 1962 / y 1967 con portada de Antonio Bernal.