Caperucita Roja (4D4) La muerte del Cuento

 

La instrumentalización de la fantasía amenaza con anular la magia liberadora de todo buen cuento, el verdadero potencial simbólico de los cuentos.

La magia de los cuentos (si es que es magia) radica en que las personas y las criaturas son mostradas cómo son realmente.

Para el momento en qué quedaron registrados como textos escritos, hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, contenían muchos motivos primitivos, pero esencialmente reflejaban las postreras características del feudalismo tanto en su forma estética como en su sistema simbólico referencial.

A partir del período de la Ilustración, a los cuentos maravillosos y folclóricos se los consideró inútiles para el proceso de racionalización burguesa, siendo las masas un objeto de cálculo; un apéndice de la maquinaria.

Por un lado, los grupos burgueses dominantes y conservadores comenzaron a considerar inmorales los cuentos folclóricos y maravillosos, pues éstos no gozaban de virtudes tales como orden, disciplina, trabajo, modestia, limpieza, etc. En particular, se los veía como peligrosos para los niños, ya que sus componentes fantásticos podían infundirles «ideas locas», es decir, podían sugerirles modos de rebeldía contra las reglas autoritarias y patriarcales que regían a sus familias. Entonces, la mayor parte de la clase media se oponía a que se escribieran y editaran cuentos folclóricos y maravillosos, prefiriendo los cuentos didácticos, los sermones, las novelas familiares y cosas por el estilo.

Los cuentos que circulaban entre la gente del pueblo eran estigmatizados por los poderes clericales y seculares como abominables e inspirados por el Demonio. Como los motivos imaginativos y los elementos simbólicos se oponían a los principios del racionalismo y el utilitarismo desarrollados por una clase burguesa, había que suprimirlos o hacerlos aparecer como irrelevantes.

 

 

A lo largo de los tres últimos siglos, normas estéticas, estándares educativos y condiciones de mercado han desfigurado en un sentido negativo nuestra receptividad histórica de los cuentos maravillosos y folclóricos, a tal punto que ya no somos capaces de distinguir entre ambos, ni de reconocer que el impacto de estas obras deriva de su alcance imaginativo y la representación simbólica de las realidades sociales.

Los niños, sometidos a los efectos dañinos de la educación estandarizada y a las formas masivas de entretenimiento, ya no quieren que se les narren cuentos que podrían apartarlos de las versiones correctas estampadas en libros o películas.

En términos concretos, esto quiere decir que las creaciones de la imaginación se dan en un contexto socio-económico determinado y, finalmente, se los utiliza para limitar la imaginación tanto de los creadores como de los receptores de dichas creaciones. La mediación entre la imaginación del creador y del público se torna instrumental al estandarizar formas e imágenes de la fantasía.

El mayor logro de los medios masivos de comunicación en el siglo XX, en lo concerniente a la instrumentalización del cuento folclórico y maravilloso, reside en el poder que tienen para hacer parecer (a diferencia de la industria editorial) que la voz y el punto de vista narrativo del folclore derivan de la propia voz de las vivencias culturales y del patrimonio de la gente. Esto no pudieron conseguirlo los libros, revistas, historietas ni periódicos de circulación masiva. Fue la radio, luego el cine, y más tarde la TV, los que fueron capaces de juntar a mucha gente, tal como hacían los narradores de cuentos folclóricos originales, y de contar cuentos como si éstos emanaran del punto de vista de la gente misma.

Como ha señalado Herbert Schiller: «El proceso es mucho más escurridizo y eficaz, ya que suele no tener un centro directivo. Está apoyado en las disposiciones socioeconómicas fundamentales e incuestionables, que primero determinaron la propiedad privada, la división del trabajo y de los roles según el sexo, la organización de la producción y la distribución de los ingresos.

Como consecuencia de ello, el efecto inevitable de la mayoría de los cuentos maravillosos de los medios masivos de comunicación representa una feliz confirmación del sistema que los produce.

El Cuento maravilloso, en fin, ha sido coloreado en forma perversa por una industria cultural que engendró el monopolio de Walt Disney de este material,

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(Hemos resumido el interesante el ensayo  «Breaking the Magic Spell: Politics and the German Fairy Tale» que escribió Jack Zipes en 1975 y que el lector puede encontrar junto a otros opúsculos de gran interes en el libro «Romper el hechizo» publicado por Lumen. En los tiempos que nos tocan la encargada de anular ese potencial simbólico que yace en lo fantástico no es otra que la Industria Cutural, un apéndice más de la intrumentalización política al modo occidental)