papel enfermo

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Tener un ejemplar de novela popular entre las manos puede resultar tan folletinesco como su misma lectura. Hablamos, en términos de calidad, del peor de los soportes de papel, una pulpa de celulosa de incierta procedencia y caótico proceder. Ya que proviene de todo tipo de restos vegetales orgánicos o de los mismos restos de la madera, que al contener una alta concentración en lignina lo hace rico en acidez acelerando su deterioro.

Sucede con frecuencia que al pretender leer un autor o colección concreto llega a nuestras manos un organismo de dudosa clasificación, cuando no engendro monstruoso con extrañas coloraciones, manchas inciertas y tamizadas capas orgánicas de muy diversa índole entre las que no faltan restos dudosos de otros lectores.

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Las típicas manchas y coloraciones que adquiere el papel de pulpa, el especímen más bajo en la taxonomía de los papeles

De aquella pasta de celulosa que asacó el chino Tsai Lum en el 105 DC poco queda. Por entonces, aquel gran inventor, utilizó fibras de morera y bambú. Perfeccionándolo posteriormente con residuos de seda o de paja de arroz, incluso con fibras de cáñamo, planta madre en no pocas civilizaciones. Poco queda pues de aquel papel que admiraron propios y extraños, y cuyo secreto de fabricación fue celosamente guardado hasta que en el 761 los árabes capturaron en Samarcanda a soldados papeleros chinos y comenzó una larga andadura de exquisiteces sin par y lisuras sin parangón. Hasta que su demanda fue tal que, desde el siglo XVIII,  se utilizó el cloro para acelerar el blanqueamiento de sus fibras de celulosa originando esa fatal pérdida de fuerza aglutinante y un deterioro de calidad al sufrir sus fibras una hidrólisis ácida nefasta.

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La pobreza en celulosa amarillea el papel y las fibras lignarias procedentes de la madera y los restos de encolado, al ser ácidas, dan este aspecto a la página de una vieja novela popular.

La oxidación y la acidez son las causas principales del deterioro del papel, ya que provocan la degradación de la celulosa, de sus enlaces moleculares, tornándolo frágil y provocando su irreversible deterioro. Pues el Papel es una materia orgánica procedente de pasta de fibras vegetales que se muele y blanquea para secarla y proceder a su endurecimiento flexible.

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Consecuencias de la oxidación y coloraciones contrastadas de los metales de una pulpa deficiente.

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El dióxido de azufre que pulula en el aire, ayudado por la humedad, penetra por los bordes y al contacto con las impurezas metálicas de la hoja genera ácido sulfúrico.

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La decoloración aumenta progresivamente a medida que los pigmentos son expuestos a la excesiva luz

La manifestación de su deterioro es la decoloración y el amarilleamiento. Se decolora cuando la oxigenación es excesiva, blanqueando las fibras ricas en celulosa y se amarillea cuando es pobre en éstas. Así, la excesiva luz, la variable temperatura y la humedad del entorno propician su enfermedad. Una iluminación excesiva amarillea el papel al acelerar su oxidación lazándolo hacia su desintegración paulatina.

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La precariedad en la edición de «Gorriones sin Nido» obligó a utilizar diferentes papeles en su impresión. Dándose el caso del obtenido de la madera, que amarilleó y descompuso las tintas, junto al procedente de fibras ricas en celulosa que, contrariamente,  lo blanqueó al utilizarse plantas Liberianas para su composición.

Mucha temperatura deshidrata, deseca, endurece las colas, contrae el papel y lo deforma agrietándolo, provocando un desprendimiento en escamas. La baja temperatura reblandece las colas, hincha y dilata provocando el corrimiento de tintas y pigmentos. También la mala tinta, la compuesta de aceites minerales, resinas y hulla con secativos rápidos oxida y corroe el papel. Y, no digamos los fabricados a base de madera, que al contener alta concentración de lignina lo deterioran debido a su acidez. Por eso es recomendable un sitio seco y fresco para su almacenamiento que, según los expertos, podría variar entre el 45 y el 55% de humedad y los 18 a 21ºC de temperatura.

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Una impresión deficiente a base de tintas con secativos rápidos se oxida con rapidez, provocando que los colores cálidos desaparezcan en primer lugar.

Mas la cuestión no acaba aquí, en esta enumeración de los factores físicos que lo enferman y destruyen. Pues acechan su muerte otros orígenes procedentes de la misma vida orgánica que lo circunda. Así, el lector, cuando ensaliva su dedo para pasar las hojas, deposita grasa en su superficie; incluso sudor, que son alimentos y beneficio para no pocos seres microscópicos. O sus mismas anotaciones, con tinta o marcadores, que se oxidan para provocar posteriores catástrofes.

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A nuestra vecina la rata le agrada mordisquear los bordes de los libros. Hallando en la ingestión de pulpa cierto placer inconfesable.

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La rata es animal de itinerarios fijos que recorre invariablemente cada día, marcándolos con su orina a modo de señales y avisando a  las otras colonias que el sendero les pertenece.

También rondan al libro peligros de origen animal, puesto que se conocen alrededor de 67 especies de insectos que viven de los libros, Coleópteros, Ortópteros, Tisaurios, Pseudoneurópteros, Himenópteros, Arácnidos y Lepidópteros. Y de estos últimos más de mil familias sólo en Europa.

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La larva del Antharenus Verbasci también es aficionada a la pulpa de celulosa. Más tarde se convierte en el escarabajo adulto aquí representado.

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También la larva de la carcoma (Nicobium Castaneum) excava galerías en libros y legajos.

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O la misma termita, insecto Isóptero del que se conocen más de 1800 especies.

Siendo concretos, las termitas también se alimentan de la cola o pasta de encuadernación. Recordemos el ataque frontal que recibió la biblioteca del Convento de Santa Paula en Sevilla por parte de estos insectos. Si utilizamos Hexaflumurón lograremos dejarlas fuera de juego inhibiendo su esqueleto o caparazón. También el doméstico Pececillo de Plata se alimenta de celulosa, aunque prefieran la caspa y nuestras propias células muertas con las que vamos regando el hogar. O el famoso, para el lector de bolsilibros, Piojo del Libro que nos provoca ese picor mientras procedemos a la lectura al saltar a nuestro cuerpo, para alimentarse de la propia celulosa que forma parte de nuestro pellejo, más húmeda y jugosa que la de, por ejemplo, un volumen de Marisa Villardefrancos. Pocos lectores de novela popular no se habrán topado con él, a veces, en paroxismos de picores que perduran varias jornadas sin que la beneficiosa ducha logre su extinción. Particularmente les recomendaría a los lectores que en cuento obtengan alijos de bolsilibros con tan enojoso huésped envuelvan en un plástico el botín y lo dejen en la nevera cuatro o cinco días para provocar su liquidación.

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El Lepisma o Pececillo de Plata lo solemos encontrar en las humedades de nuestro propio hogar y en más de una ocasión huye despavorido cuando cogemos un libro que pretendemos leer.

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Aunque en esta ocasión lo veamos devorado por las hormigas.

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No desdeña el Pececillo de Plata la celulosa, pues se alimenta de ella consumiendo la superficie del papel en áreas reducidas hasta atravesar la hoja y pasar a la siguiente.

Son los insectos, así, feroces lectores de novela popular debido a las circunstancias precarias de su obtención. Les gusta, pues, la cosa cultural. Como cuando en la Academia de Bellas Artes de Madrid una plaga de xilófagos la emprendió con un libro de estampas de Durero. O en la Fundación Rafael Alberti del Puerto de Santa Maria el Kekemono la emprendió a mansalva.

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El Piojo del Libro, Liposcelidae, abunda en las traperías y en algunas tiendas de cambio en las que la higiene no es su principal preocupación. Aquí tenemos dos hermosos ejemplares.

También la humedad propicia al ataque vegetal ya que ésta destruye la cola que protege las fibras originando toda clase de Mohos, que son hongos criptográmicos que se reproducen por esporas ofreciéndonos esas características manchas de color marrón que puntean y adornan no pocos volúmenes.

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Las humedades favorecen la aparición de los Mohos que forman colonias con rapidez inusitada.

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Las típicas manchas marrones provocadas por los hongos, grandes lectores.

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La belleza del Moho es placer sólo reservado a ojos microscópicos. El segundo de ellos ha evolucionado hasta poseer un tallo de celulosa.

Así que, bien mirado, es una verdadera casualidad que aún podamos leer este tipo de literatura contenida en esa pasta que tanto nos gusta a la que llamamos Pulpa.

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